El misterio del Dios que se esconde nos está reclamando una actitud más decidida a descubrir el tesoro en lo oculto del corazón. A no escondernos de la mirada amorosa de Dios que nos llama en lo cotidiano, a sabernos más ricos y beneficiados de su amor. Es una Presencia, la de Dios en lo oculto de nuestra vida y de la historia, que puede pasar desapercibida. Cualquier descuido nuestro la hace inaprensible, sin nuestra ayuda se puede quedar incapacitada para renovarnos y transformar las cosas.

Todo la anuncia y nada la dice verdaderamente. La exploración continua del misterio de la Presencia del amor es como una descarga del corazón de Dios en el corazón del ser humano que, siendo tan pequeño, se encuentra abismado en una cosa tan alta.
Quizá podamos ser en nuestro tiempo esos hombres y mujeres ardientes que descubran el deseo de volver a una experiencia del amor de Dios, que aunque oculta y casi sin lenguaje en nuestra cultura, pugna incansable por salir a la luz desde nuestros corazones.