En una sociedad fuertemente tentada por la desesperación, la fe en Jesús de Nazaret sostiene nuestra esperanza y nos hace llevar la fiesta en el corazón, cantando cada día la Buena Noticia que Él nos trae de parte de Dios: “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la salvación” -Mt 11,5-. Los dominicos y dominicas llevamos 800 años predicando que Dios ha puesto su tienda entre nosotros y se ha hecho carne de nuestra carne y vida de nuestra vida.
Estas páginas recogen el itinerario de nuestra vocación, que se nutre de la oración contemplativa y del servicio a los pobres y necesitados; de la fraternidad evangélica vivida en comunidad, y de la mirada atenta a nuestro mundo, que nos posibilita dispensar la misericordia que recibimos de Dios y de los hermanos.
Brindamos por el largo camino recorrido y por la fidelidad de nuestro Dios que no nos abandona en nuestro peregrinar cotidiano, mientras permanecemos a los pies de Jesús, Señor de nuestras vidas, que nos explica las Escrituras y nos hace arder de pasión por el Reino.
Celebramos la vida porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones y porque este amor nos hace “arder e iluminar”, “contemplar y dar lo contemplado”.