El tiempo apremia. La Covid–19 ha dejado su huella letal. La vulnerabilidad del ser humano ha quedado al descubierto. Y ahí siguen las otras pandemias: la pobreza, la trata de personas, la desigualdad, una tierra esquilmada pidiendo una ecología integral. Estos son los clamores del Espíritu reclamando las esencias de la vida, la opción de fondo de la humanización.
Se precisa un cambio, que se originará al aplicar la mística de la humanidad: Sabiduría, razón, belleza, alteridad, reciprocidad, igualdad, comensalía… y, sobre todo, la mística de Jesús de Nazaret. En su proyecto de humanización, Jesús predicó que para cambiar el mundo lo mejor no era aliarse con los poderosos, los sabios o los influyentes, sino con los últimos, los desechables, para hacer con ellos lo que nadie hace, darles vida, esperanza, felicidad.
La sociedad cambia desde abajo y a Dios lo encontramos en lo humano. Y, sin querer, empezamos a soñar, a intuir, a diseñar los rasgos de ese otro mundo posible, habitable para todos. Dime lo que sueñas y te diré lo que eres. El mundo del mañana es de los que están subidos en esa utopía. Solo las personas de Espíritu pueden dar un giro nuevo a la civilización y a la historia, porque “el Espíritu tiende a la vida y a la paz” (Rom. 8, 6).