Las páginas de este libro son una invitación a convertir el mirar y el escuchar en un acto de reconciliación con la Vida y de aceptación de lo que sucede.
Es un texto que, más que informar, quiere inspirar a quien, sin prisas y pausadamente, se acerque a él para leerlo, escucharlo y acariciarlo. Para quien sepa descubrirlo, está cargado de sugerencias vivenciales.
Las páginas de este libro son una invitación a convertir el mirar y el escuchar en un acto de reconciliación con la Vida y de aceptación de lo que sucede.
Es un texto que, más que informar, quiere inspirar a quien, sin prisas y pausadamente, se acerque a él para leerlo, escucharlo y acariciarlo. Para quien sepa descubrirlo, está cargado de sugerencias vivenciales.
En el corazón de cada capítulo hay una propuesta de ver, escuchar, acoger y situarse ante las cosas que dan cuerpo a nuestro vivir de cada día.
Atendiendo a su vocación escritora, y a partir de la frase “Un árbol que cae hace más ruido que el bosque creciendo”, el autor quiere dar volumen a esa vida que crece, silenciosamente, en un mundo complejo, conflictivo y ruidoso.
Cada vez que te decidas a abrir este libro y entregarte a la lectura de sus páginas, estarás pegando tu oído a lo escondido, a lo menos visible y a eso no noticiable, pero que también ocurre en el mundo.
Profundizando en la línea de los libros que le preceden, La Vida Maestra (2001), La Sabiduría de Vivir (2008) y Mi alegría sobre el puente (2015), todos ellos publicados por Desclée, el autor quiere devolver nuestra atención a esa vida que crece en lo pequeño y simple de cada día. Es, como toda su obra, un canto de esperanza y un himno a la alegría de vivir.